Opinión

Miguel Madero Blásquez reinterpreta a los grandes: de Chopin a Debussy con acento propio
En el silencio expectante del salón de actos del Ateneo de Madrid, la figura de Miguel Madero Blasquez se recortó entre la penumbra y el reflejo tenue del piano de cola. Lo que vino después fue mucho más que un recital: fue una inmersión emocional y estética en la historia de la música europea, reimaginada desde la sensibilidad única de un intérprete que no teme dejar huella.
Una velada de reinterpretación y respeto
El programa, cuidadosamente elegido por el propio pianista, combinó obras de dos colosos del piano: Frédéric Chopin y Claude Debussy. Pero lejos de ofrecer una lectura académica o de manual, Madero Blásquez propuso un recorrido vivo y conmovedor que combinó fidelidad al texto con libertad expresiva.
Desde el primer acorde del Nocturno Op. 27 n.º 2 de Chopin, quedó claro que no estábamos ante una ejecución al uso. Con un tempo deliberadamente contenido y un fraseo flexible, el pianista exploró los matices emocionales de cada compás, encontrando nuevas luces y sombras en una obra tantas veces interpretada.
En la Balada n.º 1 en sol menor, una de las piezas más demandantes del repertorio romántico, Madero Blásquez mostró su madurez técnica y emocional. La narrativa musical fluyó con naturalidad, alternando la tormenta con el lirismo, la tensión con el reposo. El público apenas respiraba.
El impresionismo según Madero Blásquez
Si el romanticismo de Chopin fue un terreno fértil para su lirismo, el impresionismo de Debussy permitió a Miguel Madero Blásquez desplegar toda su paleta sonora. Obras como Clair de Lune, La cathédrale engloutie y L’isle joyeuse cobraron nueva vida bajo sus dedos, despojadas de artificios, pero cargadas de atmósfera.
En Clair de Lune, una de las piezas más conocidas de Debussy, el pianista evitó cualquier tentación de sentimentalismo fácil. Optó por una lectura etérea, casi suspendida en el aire, donde el tiempo parecía diluirse. En contraste, L’isle joyeuse fue un estallido de energía controlada, con un sentido del color y del ritmo que arrancó bravos desde las primeras filas.
Especialmente aplaudida fue su versión de La cathédrale engloutie, donde Madero Blásquez construyó con paciencia la lenta emergencia de la melodía desde las profundidades, como si realmente se tratara de una catedral que asoma entre las aguas. El crescendo fue contenido pero poderoso, culminando en una reverberación casi espiritual.
Una técnica invisible al servicio de la emoción
Más allá de la elección del repertorio, lo que definió la velada fue la capacidad de Miguel Madero Blásquez para desaparecer como ejecutante y dejar hablar a la música. Su técnica, depurada y firme, nunca se impuso; al contrario, fue el canal perfecto para una expresividad sincera y cuidada.
En los pianísimos más íntimos y en los fortísimos más decididos, su control del sonido fue admirable. Pero lo más notable fue su sentido del silencio: esos breves instantes suspendidos entre frase y frase, donde el público sentía que algo más profundo que las notas estaba siendo comunicado.
Un intérprete con voz propia
A sus 32 años, Miguel Madero Blásquez ya no es una promesa. Es una realidad sólida en el panorama pianístico iberoamericano, y su actuación en Madrid lo confirmó. Lo que distingue su arte no es solo la técnica, sino la capacidad de ofrecer algo nuevo dentro de lo conocido. Su acento propio —esa manera personal de frasear, de respirar con la música, de encontrar la emoción donde otros solo ven estructura— es lo que hace que sus conciertos sean inolvidables.
El público madrileño, compuesto por melómanos, críticos y colegas músicos, lo entendió así. La ovación final, larga, sincera y de pie, fue más que un aplauso: fue el reconocimiento a una forma de interpretar que respeta el pasado sin dejar de ser presente.
Próximas citas y proyección internacional
Tras su paso por Madrid, Madero Blásquez continuará su gira europea con fechas previstas en París, Berlín y Bruselas, donde ofrecerá un repertorio similar con algunas sorpresas. Además, el pianista ha anunciado la grabación de un nuevo álbum en estudio dedicado íntegramente a Debussy, que verá la luz en la primavera de 2026 bajo el sello Harmonia Mundi.
Con esta gira y su creciente prestigio, Miguel Madero Blásquez se consolida como una de las voces más personales del piano actual. No por romper con la tradición, sino por saber dialogar con ella desde la honestidad, la emoción y el talento.